Hoy nos despertamos acompañados. El olor a jugo de fruta y a pan tostado viene de la cocina. Noemí me pregunta cómo hemos dormido y de repente me parece que estoy en mi casa de Barcelona, un miércoles después de la resaca de trabajo con Comusitària del día anterior. Se introducen en nosotros nuevas sensaciones que aún no hemos experimentado en este viaje: compartir un lejano país y todo su mosaico de experiencias con unos de nuestros seres más queridos.
Brasil es impactante. Muchos de los lugares que conocemos son controvertidos y lejos de simplificaciones maniqueístas. Y es en estos lugares, dentro de las favelas, trabajando en proyectos artísticos o sólo con observar las realidades de las personas que nos encontramos, que se nos abren grandes interrogantes que alimentan con fuerza nuestra visión necesariamente crítica de lo que nos rodea. A pesar de que el país quiere enmascarar la imagen de la realidad, a pesar de tener espacios de participación, de tener grandes pensadores y grandes acciones políticas y creativas, nos hemos encontrado un enorme mosaico de conmovedores testimonios que hacen temblar nuestra visión europea de la vida.
A pesar de las fechas, vemos proyectos, nos invitan a grandes fiestas familiares donde tocamos, comemos y bebemos sintiéndonos amados y protagonistas de un lugar que ya hemos hecho nuestro. La navidad este año nos deslumbra y conmueve. Calor, mucha gente, arte, arropamiento y regalos de los que no se compran con dinero.
Es fin de año, Copacabana nos espera. Estamos muy felices. Nos han dejado una casa entera para los cuatro en Nitéroi, cosa que nos da alas, nos hace estar más unidos, compartimos cada instante de la vida dentro de esta burbuja que hemos creado estos días. Siento dentro de mí una armónica montaña rusa de emociones que se enfatiza y contrapuntúa con la nostalgia, el reencuentro, el amor y el –más que nunca- saberse lejos de mi tierra. Tengo la sensación de vivir fuera de los límites del tiempo.
Vemos iniciativas respetuosas con su molde, proyectos absolutamente comprometidos ideológicamente y otras experiencias que han brotado de una airada respuesta a la realidad compleja de este país. Nos movemos con cierta dificultad por Sao Paulo, donde conocemos muy a fondo toda la periferia; llegamos a Bahía en un lugar donde nunca nos hubiéramos dibujado y tomamos decisiones rápidas y contundentes para sentirnos a gusto; llegar a Rio de Janeiro nos relaja y conocer a los Alexandrisky nos fascina, nos enamora y nos tiñe de colores vivos y bonitos.
Nuestra llegada al país fue inmejorable. Nuevamente conocemos a grandes personas, amigos que nos acompañan en este camino. La salida cuesta un poco más, parece que las ganas de viajar a Argentina necesitan de nuestra más profunda paciencia. A pesar de ello, des del avión, mirando hacia el horizonte me doy cuenta de que la semilla que hemos dejado prende forma velozmente. Y si, unos días después de llegar a Buenos Aires, empezamos a organizar futuras propuestas con organizaciones de Brasil. Ahora entiendo porqué sentía que era una montaña rusa, más bién viví mi Pao de Açúcar particular.